9 de abril de 2014

LA MONTAÑA

Decía Leopold Bloom en el Ulises que él no recordaba nada por la sencilla razón de que para recordar algo hay previamente que olvidarlo, y el no olvidaba jamás cosa alguna.

Que esto le ocurriera a Leopold parece lógico, ya que era un nihilista metafísico y como todo negativista debía estar dotado de una prodigiosa memoria que orientaba en último término a su propia autodestrucción, pero a mí me ocurre lo contrario. Tal vez sea porque soy un positivista optimista o tal vez sea por el Alzheimer, pero soy capaz de olvidar casi cualquier cosa. De esta forma evito por un lado autodestruirme, y por otro contribuyo a destruir la paciencia de los que me rodean.

Así que comprenderéis que llegado a este punto sea incapaz de recordar porqué he empezado a escribir esto. Algo tenía que ver con las carreras de montaña, pero tengo que confesar que ya no recuerdo el motivo de haberme aficionado a ellas, aunque algo  tuvo que ver el hecho de haberme acordado de pasadas formas de entender este deporte. Pero se me han vuelto a olvidar.

No me lo tengáis en cuenta. Pero animaros a probar algún día la experiencia de COMPARTIR un entrenamiento con los locos del Ultratrail. Merece la pena y tardaréis en olvidarlo, por lo menos mientras persista el dolor en las piernas. 


Y no olvidéis (yo lo acabo de recordar) que pertenecer al grupo de la montaña no es solamente gratificante sino que resulta revolucionario. Durante la Revolución Francesa y dentro de la Convención Nacional (que venía a ser cómo nuestras Cortes pero con más pan y menos chorizo) se crearon dos grupos: los moderados, que se sentaban en los bancos de la parte inferior del hemiciclo y a los que se conocía cómo La Llanura, y los radicales que se colocaban en la parte alta y eran conocidos como La Montaña. 

La Montaña estaba formada por dos grupos fundamentalmente: los Jacobinos (que se reunían en el convento dominico de San Jacobo)  dirigidos por Saint-Just y Robespierre  y los Cordeliers (llamados así por el cinturón de cuerda que llevaban los frailes del convento franciscano del Obispado de los Marselleses, en cuya capilla  se reunían), dirigidos por Marat, Danton y Hebert. (Franciscanos y dominicos. Sólo faltaban los jesuitas. Está claro que en aquellos tiempos el clero apoyaba algunas causas que hoy no estarían demasiado bien vistas por la Conferencia Episcopal).

En Junio de 1793, La Montaña se hace con el poder y a través del Comité de Salud Pública crea el Tribunal Revolucionario e impone el Régimen del Terror durante el cual son guillotinadas 16.000 cabezas, entre ellas las de Danton y Hebert. Ya se ve que la salud pública ha dado siempre mucho de sí. Ha pasado de cortar cabezas a cortar prestaciones, derivando hacia el gran negocio de la externalización. Esperemos que en algún momento invierta su dirección y se plazca en terminar la labor que empezó amablemente Robespierre, aunque sería suficiente con que se recortaran las cuentas suizas donde se llevan los indecentes beneficios obtenidos con la colaboración del estado liberal.  Por cierto, Robespierre fue a su vez guillotinado en 1794, después de que en Julio de ese año La Llanura le arrebatara el gobierno. Hay que reconocer que aunque no tenían prensa libre ni a la COPE que los dirigiera, estas gentes sabían hacer las cosas.

Así que no lo dudes. Huye de La Llanura, vive la revolución y vente a correr a La Montaña. No creo que termines guillotinado, pero es fácil que te partas la crisma.


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