Decía Leopold Bloom en el Ulises que él no recordaba nada por
la sencilla razón de que para recordar algo hay previamente que olvidarlo, y el
no olvidaba jamás cosa alguna.
Que esto le ocurriera a Leopold parece lógico, ya que era un
nihilista metafísico y como todo negativista debía estar dotado de una
prodigiosa memoria que orientaba en último término a su propia autodestrucción,
pero a mí me ocurre lo contrario. Tal vez sea porque soy un positivista optimista
o tal vez sea por el Alzheimer, pero soy capaz de olvidar casi cualquier cosa.
De esta forma evito por un lado autodestruirme, y por otro contribuyo a
destruir la paciencia de los que me rodean.
Así que comprenderéis que llegado a este punto sea incapaz de
recordar porqué he empezado a escribir esto. Algo tenía que ver con las
carreras de montaña, pero tengo que confesar que ya no recuerdo el motivo de
haberme aficionado a ellas, aunque algo tuvo que ver el hecho de haberme acordado de pasadas formas de entender
este deporte. Pero se me han vuelto a olvidar.
No me lo tengáis en cuenta. Pero animaros a probar algún día
la experiencia de COMPARTIR un entrenamiento con los locos del
Ultratrail. Merece la pena y tardaréis en olvidarlo, por lo menos mientras
persista el dolor en las piernas.
Y no olvidéis (yo lo acabo de recordar) que pertenecer al
grupo de la montaña no es solamente gratificante sino que resulta
revolucionario. Durante la Revolución Francesa y dentro de la Convención Nacional
(que venía a ser cómo nuestras Cortes pero con más pan y menos chorizo) se
crearon dos grupos: los moderados, que se sentaban en los bancos de la parte
inferior del hemiciclo y a los que se conocía cómo La Llanura, y los radicales
que se colocaban en la parte alta y eran conocidos como La Montaña.
La Montaña estaba formada por dos grupos fundamentalmente:
los Jacobinos (que se reunían en el convento dominico de San Jacobo) dirigidos por Saint-Just y Robespierre y los Cordeliers (llamados así por el
cinturón de cuerda que llevaban los frailes del convento franciscano del
Obispado de los Marselleses, en cuya capilla
se reunían), dirigidos por Marat, Danton y Hebert. (Franciscanos y
dominicos. Sólo faltaban los jesuitas. Está claro que en aquellos tiempos el
clero apoyaba algunas causas que hoy no estarían demasiado bien vistas por la
Conferencia Episcopal).
En Junio de 1793, La Montaña se hace con el poder y a través
del Comité de Salud Pública crea el Tribunal Revolucionario e impone el Régimen
del Terror durante el cual son guillotinadas 16.000 cabezas, entre ellas las de
Danton y Hebert. Ya se ve que la salud pública ha dado siempre mucho de sí. Ha
pasado de cortar cabezas a cortar prestaciones, derivando hacia el gran negocio
de la externalización. Esperemos que en algún momento invierta su dirección y
se plazca en terminar la labor que empezó amablemente Robespierre, aunque sería
suficiente con que se recortaran las cuentas suizas donde se llevan los
indecentes beneficios obtenidos con la colaboración del estado liberal. Por cierto, Robespierre fue a su vez
guillotinado en 1794, después de que en Julio de ese año La Llanura le
arrebatara el gobierno. Hay que reconocer que aunque no tenían prensa libre ni
a la COPE que los dirigiera, estas gentes sabían hacer las cosas.
Así que no lo dudes. Huye de La Llanura, vive la revolución y
vente a correr a La Montaña. No creo que termines guillotinado, pero es fácil
que te partas la crisma.
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