14 de septiembre de 2010

¿Andeandarán?

La gobernuda de Maribel me ha dicho que no sea mego, que deje de forigarme las napias, y que me ponga a escribir. Pero como había puesto punto y final al blog, y yo soy un hombre de palabra, he tenido que escomencipiar este nuevo para no faltar a la misma. Así que va a ser con una narrada de las últimas vacaciones como voy a estrenarlo, y así terminar con el apanplinamiento que llevo encima.

No pensaba contaros ni un sácre de lo que hice por mi tierra, porque en cuanto vuelvo me decís que me se pega el acento y quedo como un matután. No es cierto, pero como sé que si me callo algún rebullicio habrá, y para no pasar por jauto ni trapacero, os contaré nuestras experiencias por la redolada de Benasque, mientras pongo a remojo las sentaderas, que menuda faina que me están dando desde que me compré las albarcas nuevas.

El hotel no estaba mal, alao de un parque majismo, todo lleno de bandiadores y esbalizaculos, aunque me gustaría saber quién fue el segallo que le puso el nombre a la rúa.

Nada más llegar y con los pedugos limpios, nos acercamos a la cercana estación de esquí de Cerler, y con buen horache decidimos coger el telesilla. Este nos dejó al pie del Gallinero, que decidimos subir para quitarnos la murria.

El Gallinero es un cerro de unos 2.800 mts., al que se sube por un camino pedregoso y muy pino hasta llegar a una cornisa rocosa, medianamente complicada, en la que es muy fácil abocinarse y que, una vez superada, te deja a un tiro de piedra de la cima.

Empezamos a subir en plan mielsudo, pero al inte recibimos una llamada de Miguel y Sandra, que venían de los Alpes y estaban alparceando por Benasque. Así que quedamos con ellos a comer, lo que nos obligó a aligenciar y terminar la subida aventaos, dar una escurribalba por arriba y bajar alcorzando para coger de nuevo el telesilla, al que por cierto llaman del amor. (Debe de ser porque en el trayecto, que dura casi veinte minutos, te da tiempo a hacer de todo, y más en la posturica que te llevan, todo esgarramanchao).


En cuatro garradas llegamos a la fonda donde habíamos quedado a comer, por cierto muy bien. Yo, pa bocau, me comí un bazión de longaniza de Graus, sin blanco, poca especia y mucho tinto, que me dejó embozadas las tragaderas y casi negro el garganchón. Después un buen regloto y nos despedimos con cariño y alegría de nuestros amigos que volvían a Guadalajara.

A partir de aquí y en días sucesivos todo se nos fue en andadas. Con ayuda de las gayatas que le habíamos comprado a un quinquilaire subimos muchismas costeras y conocimos todos los desbarres de las sendas de la redolada. Subimos al Portillón, al Salvaguardia, conocimos el Forau d’Aguailluts, el ibón y el pico del Lobo, llegamos al refugio d’Estos y visitamos los ibones de los alrededores, siempre Maribel con su gayata y yo detrás con el macuto.



Sólo nos falló el último día, que amaneció nublo y con boira. Luego empezó a tronar y borrasquiar sin gotica de conocimiento, lo que nos dejó la única opción de pasar el día conociendo la delicada oferta gastronómica de la zona: embutidos, quesos, corzo, venado, jabalí, setas y vino tinto de la variedad cojón de gato, autóctono de la zona.


Volveremos. Pero con precaución. A pesar de las pechugadas de andar hemos cogido un par de quilos. Maribel dice que ha sido por el trabajo en altura. Yo voto por las magras con tomate.

(Y es que somos un poco fartizos).

2 comentarios:

  1. Me alegra mucho tu vuelta al mundo bloguero.

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  2. Hola Joaquin.

    Hay que ver como dominas el lenguaje. Me ha gustado mucho la entrada pues además de las fotos, algunas palabras hacía mucho que no las oía, y mira que son majas.

    Para la maratón de Zaragoza, ¿qué?.

    Salud. Alfredo.

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